Hay un segmento del turismo que Bulgaria se empeña en ignorar: el del llamado turismo oscuro, que se ha impuesto como una industria rentable a nivel mundial. Cada año decenas de miles de aficionados se lanzan tras la pista del pasado reciente para sumergirse en la atmósfera siniestra de ciudades despobladas, autopistas abandonadas, prisiones y campos de concentración convertidos en museos y toda una serie de atractivos turísticos incomprensibles para el turista masivo. Destinos exitosos para este tipo de viajes a lo macabro son los antiguos países del bloque socialista que con mucha fantasía y sentido del humor elaboran rutas comunistas para viajeros curiosos o nostálgicos; pero no en Bulgaria.
Para conocer un lugar fantasmal, por ejemplo, no es necesario ir hasta Chernóbil, basta con desplazarse hasta el noroeste de Bulgaria donde al turista le esperan aldeas y ciudades que infunden tristeza y melancolía, sumidas en la soledad y la ruina, con fábricas abandonadas, edificios prefabricados que se desmoronan, instalaciones agrícolas desiertas y símbolos descoloridos del comunismo. ¿Existen, acaso, vistas más entrañables para cualquier aficionado al turismo oscuro que se precie de serlo?
El problema es que cuando se trata de su patrimonio socialista, Bulgaria se comporta como una doncella tímida. “Los búlgaros se avergüenzan de su pasado comunista y hacen lo posible para olvidarlo y ocultarlo”, explica Tsvetelina Tsankova, de 32 años de edad, propietaria del único operador turístico en el país especializado en organizar las llamadas "giras comunistas para nostálgicos"; luego agrega.
“Lo más probable es que realmente no lo hayamos reconsiderado. No lo asumimos como historia, como pasado, todavía seguimos asociándolo con el presente. Al visitar el Museo Nacional de Historia, los extranjeros preguntan por qué la historia búlgara es presentada hasta el año 1944 y luego continúa con... el bolígrafo del presidente Gueorgui Parvánov, con el que firmó el Tratado de Adhesión de Bulgaria a la UE. La exposición no muestra todo un período significativo de 45 años: la era del totalitarismo.
“¿Dónde está el trozo socialista de su historia?”, preguntan asombrados los turistas. La explicación de que es demasiado pronto para exponerlo porque asumirlo requiere por lo menos 80 o 100 años provoca desconcierto”.
En todo caso los turistas oscuros – en su mayoría suecos, belgas, franceses y estadounidenses – no se aburren en absoluto en Bulgaria porque en este país decididamente hay muchas cosas que ver y fotografiar.
Tsvetelina Tsankova explica que los extranjeros quedan encantados con la hoy desierta y abandonada a la merced del tiempo y la naturaleza área industrial de la ciudad de Pernik (oeste de Bulgaria), otrora próspero centro de la industria nacional de la fundición de acero. Y qué decir del noroeste del país que acabamos de mencionar y que es la región más pobre de toda la UE. Fue una zona industrial desarrollada durante la época socialista, que en los años de la Transición fue prácticamente destruida. Hasta qué punto, empero, estos “lugares de interés” son un símbolo de los 45 años de Estado totalitario o son más bien un signo de los últimos 25 años de transición democrática penosa y, según muchos, mal hecha, es cuestión de interpretación personal.
Los itinerarios por las curiosidades turísticas del totalitarismo incluyen el monumento al Ejército Soviético, en el corazón de la capital, Sofía, así como los embalses construidos a mediados del siglo XX que se “tragaron” a pueblos enteros, junto con sus iglesias. Los viajeros visitan un apartamento típico en un edificio prefabricado búlgaro de los 50 del siglo pasado, acuden a un “horemag” (establecimiento de la época totalitaria que hacía de restaurante y tienda comercial a la vez), que ha sobrevivido en “los años de la democracia”, para comprar rodajas de limón con gelatina (golosina irresistible de aquellos años) y ver lo que es una tienda vacía. Sin embargo, cuando insisten en visitar un museo del comunismo quedan decepcionados al enterarse que en Bulgaria no hay ninguno. “Preguntan cómo es que todos los ex países socialistas tienen museos que denuncian el totalitarismo y Bulgaria, no”, dice Tzvetelina y añade…
“A menudo los turistas se interesan si podrían visitar el antiguo campo de concentración en la isla danubiana de Bélene. He hablado personalmente con representantes de la Municipalidad local. Existen ideas de convertirlo en un lugar de interés turístico o por lo menos presentar fotografías de archivo, ya que no se han conservado edificios ni instalaciones del campo de concentración. En los demás países posttotalitarios es generalizada la opinión de que hay que recordar la historia para no repetirla. Estos países tratan de conservar los sitios que hacen recordar el pasado reciente”.
La gente que vivió al otro lado del Telón de Acero sigue percibiendo a Bulgaria como un “ex país socialista” y quiere comprender cómo sobrevivieron los búlgaros durante 45 años en una sociedad unipartidista donde la propiedad privada era prohibida, había represión política, censura, economía planificada, Comité de Seguridad del Estado (el nombre del servicio secreto búlgaro durante el totalitarismo), etc.
Despiertan curiosidad no sólo la época totalitarista sino también los años de la Transición que dejaron su impronta sobre regiones enteras de Bulgaria. Aldeas despobladas con tan sólo un par de habitantes sobre el telón de fondo de una espléndida naturaleza, ciudades desiertas con edificios prefabricados descascarillados y casas desoladas, antiguas fábricas convertidas en ruinas... Son elementos que podrían convertirse en señuelo para los amantes del turismo oscuro y traer dinero al Estado, siempre y cuando éste sea capaz de distanciarse por fin de los años totalitaristas y mostrar una pizca de imaginación y de buen sentido del humor.
Así y todo, Bulgaria está presente desde hace tiempo en los más populares sitios web especializados en viajes a destinos tétricos. Es cuestión de tiempo que reconsideremos nuestro pasado reciente. Ojalá hacerlo no nos tome 80 o 100 años.
Versión en español por Daniela Radíchkova
Fotos: Veneta Nikolova
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