Los diputados del Parlamento de Bulgaria se han arrepentido y han disuelto la escandalosa comisión provisional “Turquía –Rusia”, formada por ellos mismos el pasado 19 de febrero, con el fin de investigar si los citados dos países injerían o no en la política interna de Bulgaria. De esta menara, se vieron metidos en una situación tan ridícula como confusa. La decisión sobre la creación de la citada comisión no había tenido precedente en la historia búlgara moderna, ni llegó a quedar claro qué concretamente y de qué forma iba a investigar.
La idea para su formación se gestó tras destituir el partido opositor Movimiento por Derechos y Libertades a su líder Liutvi Mestán y después de buscar éste amparo en la embajada turca en Sofía. Posteriormente, Mestán instituyó un partido propio en Bulgaria con el respaldo, según se aseguraba, de Ankara. Rusia, por su parte, fue “agregada” como objeto para la investigación, por el Bloque Reformista, según el cual, partidos políticos búlgaros promueven sistemáticamente en el país los intereses de Moscú.
Las reacciones de Ankara y Moscú no se hicieron esperar. El embajador turco en Sofía, Suleyman Gokce, calificó de “muy tristes y deplorables” las dudas sobre supuesta injerencia de su país en la política interna de Bulgaria. El Kremlin por su parte acusó a Bulgaria de un “neo macarthismo” y calificó de “absurda” y de “manifestación de cinismo”, la comisión del Parlamento búlgaro, creada en vísperas el 138 aniversario, el día 3 de marzo, de la liberación de Bulgaria del yugo otomano, lograda precisamente, gracias al triunfo de Rusia en la guerra contra Turquía.
Sin embargo, hubo también otra reacción inesperada, la del primer ministro búlgaro, Boyko Borisov, quien agitó amenazadoramente su dedo y les reprochó a los diputados por su partido, el GERB, el haber errado al votar a favor de la formación de la comisión. ”Nada bueno va a salir de esta comisión”, auguró Borisov e hizo recordar que eso ocurría en el momento en que él acababa de “consolidar” los contactos con Turquía y Rusia. Así que dispuso la disolución de la polémica comisión y esto ocurrió el pasado miércoles con los votos de quienes la habían creado. Posiblemente, la valoración más precisa de este caso sea la del académico Gueorgui Markov, destacado historiador búlgaro, quien ha dicho: ”Esta comisión era inútil, hay otros órganos del Estado que bien saben hasta qué punto la influencia de Rusia y Turquía en Bulgaria ha trascendido la línea de la ley. Además, es un hecho notorio que tanto Rusia como Turquía hacen bien su propaganda en Bulgaria, ya que disponen de sus espectivos mecanismos de influencia económica, política, confesional y cultural”. Krasimir Karakachanov, líder del partido nacionalista VMRO, tiene otra opinión diciendo: “Una tal comisión tiene su razón de ser pero no debe centrarse únicamente en Turquía y Rusia, sino que ha de abarcar a otros países, incluidos los EE.UU, países vecinos y algunos países miembros de la UE que en forma brutal y desaprensiva se inmiscuyen en los asuntos internos de Bulgaria”.
La euforia en torno a la abortada comisión parlamentaria “para investigar hechos y circunstancias relacionados con las afirmaciones sobre la injerencia de Turquía y Rusia en la política interna de Bulgaria” nos mueve a sacar dos conclusiones tristes. Una de éstas es que, por medio de su comportamiento desatinado, los diputados patrios son capaces de lesionar, incluso sin proponérselo, los interese nacionales de Bulgaria tanto a corto como a largo plazo. Y la segunda es que el carismático primer ministro actual de Bulgaria comienza, cada vez más frecuentemente, a decidir en forma unipersonal qué es lo que deben votar los diputados y cómo lo han de hacer. Esto es algo pernicioso para una democracia parlamentaria como Bulgaria que, además, es país miembro de la Unión Europea.
Versión en español por Mijail Mijailov
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