Estaba inmóvil sobre el escenario, humilde, con las palmas unidas en actitud orante. Y la orquesta se transformó en un altar ante el cual llevar ofrendas y sacrificios, solamente para suplicar una vez más, aunque fugazmente, ser inspirado.
Música. Poned la música. Esto dijo en la habitación del hospital Emil Chakarov antes de exhalar su último suspiro. Y esa última petición susurrada quedó por un momento en el silencio, antes de que la cinta de la grabadora la atrapara para siempre, y con ella el maestro reveló el sentido de todo en una sola palabra.
Ese momento tan íntimo de la vida de Emil Chakarov lo muestra Gueorgui Toshev en su película “Último concierto”. Sazonada con los testimonios de músicos mundiales, miembros desconocidos de conciertos y voces de los archivos, la película dibuja el extraordinario destino del famoso director búlgaro que lo elevó a las estrellas pero que tampoco le evitó la angustia del rechazo y la soledad.
Esta película tiene la tarea de recordar quién fue ese talento universal: el discípulo más honorable de Karayan, una persona de cuya carrera se ocupó el manager de Maria Callas, cuenta Gueorgui Toshev. Emil Chakarov soñaba con ir a los grandes escenarios, y cuando lo logró, regresó para recrearlos en Bulgaria mediante el Festival Musical de Año Nuevo, que todavía está inspirado en su espíritu. Solamente un hombre con talento y contactos en el mundo libre podía traer a la Bulgaria socialista al maestro Herbert von Karajan y a la Filarmónica de Berlín, a Mirella Freni y a los mayores artistas del mundo. Era solicitado por reyes, reinas y magnates, y su don era tan fuerte y magnético que no había barreras para él. Sin embargo, su carrera tenía un precio: soledad, decepción, no aceptación en Bulgaria, y dar su último acorde, como en una pieza musical, con apenas 43 años, pero con dignidad.
Con solo seis años, Emil Chakarov fue declarado un niño prodigio y la música le acompañaría a lo largo de toda su vida, desde las primeras lecciones de violín en su Burgás natal, ganando un concurso para directores de Herbert von Karayan en Berlín Oeste, hasta los mayores teatros de ópera y orquestas del mundo, que abrieron sus puertas al brillante maestro. En la era del propio Karayan y los excepcionales Muti, Abbado, Bernstein, Ozawa y Celibidache, el búlgaro logró encontrar su lugar, granjeándose admiración con sus composiciones individuales como músico. Pero ante todo, tuvo que ganar la batalla más dura: abrirse paso sin protección en los círculos musicales de su propio país, contando únicamente con su talento.
Se trata de centricidad e impetuosidad: es la única explicación para todas las negativas y obstáculos reales en su vida, afirma, categórico, Gueorgui Toshev. Sus conocidos atestiguan que vivía en un sótano de Sofía y se lavaba con agua helada por carecer de agua caliente. A pesar de ello, no perdió la confianza de que llegaría al lugar que le correspondía. Circula una historia sobre cómo una vez salió del barrio de Dragalevtsi al escuchar por la radio una orquesta cuyo director no se había mencionado. Y fue a pie hasta la radio, ya que carecía de dinero para el autobús, para averiguar que el director era el mismísimo Karayan. Entonces se prometió a sí mismo que un día sería como él. Y lo logró.
Como persona que hacía malabares con dos mundos completamente distintos en la época del Telón de Acero, estuvo en numerosas ocasiones en el punto de mira del Comité de Seguridad del Estado. Sin embargo, no consiguieron reclutarlo porque, como dice el autor de la película, Emil Chakarov logró una superposición total de talento y moral. Sin embargo, el director, que hoy en día tendría 70 años, se hunde en el olvido en su patria natal: ni una calle ni institución cultural, ni siquiera su propio festival, llevan su nombre. No tiene ninguna placa conmemorativa ni museo, y sus grabaciones acumulan polvo en alguna parte. En todo el mundo saben valorar a los genios. Cuando en la compañía discográfica Sony la famosa Sonya Yoncheva pidió escuchar la grabación de ópera rusa más grande de todos los tiempos, se le ofreció una interpretación bajo la batuta del búlgaro Emil Chakarov.
Versión en español por Marta Ros
Fotos: Archivo
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