Se trata de una película sobre la memoria, sobre nuestra memoria –dice la destacada documentalista– . La memoria y la Historia son, en realidad, dos cosas bien diferentes. La Historia es algo que escribimos y creamos para que nos sirva a nosotros, tiene funciones sociales. La memoria es algo que llevamos en lo más profundo de nuestro fuero interno, algo que nos identifica como personas. En la película utilizo el agua y el río como un símbolo. Hay muchas investigaciones según las que el agua tiene memoria e incluso atesora emociones. La música también es memoria, es una especie de percepción rítmica del mundo. La idea del filme es que la memoria de la música despierta la memoria del agua y ésta comienza a transmitirnos sus recuerdos. El resultado es un viaje tanto al presente como al pasado. Se crea la sensación de que en el barco viajan dos tipos de pasajeros: unos son nuestros contemporáneos y el otro grupo ha subido a bordo hace, digamos, unos 70 u 80 años. El viaje empieza y, mientras contemplan el agua, los músicos, al igual que el agua, van evocando sus recuerdos. Para mí, fue muy importante hacer este documental porque tengo la sensación de que hoy hemos perdido la memoria. Las generaciones anteriores a nosotros han sido muy vinculadas a la Historia, que es la que da identidad y autoestima a una nación. Uno de los personajes de la película dice: “Percibimos la Historia como nos la cuentan, mientras que el río es tal vez el que sabe la verdad sobre lo que sucedió”. De hecho, podemos ver cómo la Historia se repite y muchas de las cosas que suceden hoy en día nos recuerdan acontecimientos ocurridos en los años treinta y cuarenta del siglo XX. La película nos lleva a un viaje a través de la historia europea en compañía de unos músicos extraordianarios y un grupo de viajeros que están de fiesta infinita. Finalmente, queda la interrogante a dónde vamos, qué vida queremos llevar, cuál es la lección que hemos recordado de lo que ha pasado.
Zlatina Rúseva habla, además, de los personajes de la película:
En el documental hay músicos maravillosos; más de treinta instrumentistas virtuosos, personalidades que dejan su impronta en los procesos musicales creativos, y también en lo espiritual. De Bulgaria éstos son el acordeonista Pétar Ralchev y el compositor e intérprete de kaval Teodosiy Spasov. De Hungría tenemos quizás el mejor grupo cíngaro de Europa, la Romengo Gypsy Band, y el violinista Zoltan Lantos, que está en el top 10 de los mejores músicos del mundo en la actualidad. Especialmente para el estreno llega a Sofía Mısırlı Ahmet, el maestro del darbuka, uno de los mejores, si no el mejor intérprete de este instrumento de percusión. Durante mucho tiempo vivió en el desierto egipcio y aprendió de los mejores maestros. Otra gran estrella es el gaitero español Carlos Núñez Muñoz… Son tantos los grandes nombres que me resulta imposible enumerarlos todos. La música de la película es muy variada, y este fue uno de los retos a la hora de hacer el montaje. Creo que lo hemos conseguido. Hay una mezcla metafórica de destinos humanos, se pasa de una historia y de un estilo musical a otro, sincronizando la memoria del río y la música, lo que brinda una sensación y una percepción únicas de la memoria. Yo llamaría el documental un poema musical. El sonido del filme crea una realidad adicional, una relación entre el pasado y el presente, y el río sigue siendo el protagonista. En fin, este documental ha sido una búsqueda muy, muy larga, concluye Zlatina Rúseva.
Versión en español por Daniela Radíchkova
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