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La Guerra de Liberación de Bulgaria de 1877 y 1878, comentada por españoles de la época

Firma del Tratado de San Stefano
Foto: wikipedia.org

La Guerra que Rusia le declaró a Turquía en la primavera de 1877 fue motivada por el deseo del pueblo ruso de ayudar a sus hermanos búlgaros masacrados en el Levantamiento de Abril del año anterior, cumbre de la lucha armada por la liberación de esta nación del largo y duro yugo otomano. Por otro lado, el imperio Ruso perseguía con esta guerra también sus propios objetivos políticos: controlar los Estrechos y llegar al Mediterráneo.

Después de duros combates, las tropas rusas ayudadas por miles de voluntarios búlgaros se impusieron, a la larga, en los campos de batalla en tierras búlgaras. El 3 de marzo de 1878 era firmado en San Estéfano, cerca de Estambul, entonces capital de Turquía, el Tratado de Paz entre los dos imperios, en virtud del cual Bulgaria reaparecería como Estado libre en el mapa de Europa.

Allí, en San Estéfano, estuvo –no sabemos si de cuerpo o de espíritu– un poeta español que, bajo el seudónimo de Hadji Tcheleby, publicó dos poemas dedicados a la recién acabada contienda ruso−turca. Ambos poemas enaltecen la misión libertadora de Rusia y las ansias de libertad de los búlgaros y demás eslavos oprimidos por el Imperio Otomano. Uno de los poemas se titula “Canto eslavo” y apareció en la célebre revista madrileña La Ilustración Española y Americana pocos meses después de firmado el Tratado de San Estéfano. Pero al pie del poema se afirma que fue escrito allí, en San Estéfano, en marzo de 1878. Dice así:

Otro hombre de la pluma, el periodista Saturnino Jiménez, estuvo –esto sí se sabe a ciencia cierta– en San Estéfano pocos días después de suscrita la paz que proclamaba la libertad del pueblo búlgaro. Jiménez llegó allí como corresponsal de la revista madrileña La Academia, después de haber recorrido media Bulgaria con las tropas rusas y escrito reportajes tan detallados como interesantes sobre las hostilidades en las tierras búlgaras y sobre muchos aspectos de la vida de su población.

Estuvo con las tropas rusas recorriendo Bulgaria también el célebre artista español José Luis Pellicer. Fue corresponsal de guerra enviado por la misma Ilustración Española y Americana, la revista más leída en España y en todo el mundo hispanohablante. Pellicer dedicó muchos elogios al papel libertador que desempeñó Rusia en aquella guerra de 1877 y 1878 y defendió la causa de los búlgaros en muchos reportajes del teatro de la guerra y en preciosos dibujos que envió al semanario madrileño y que fueron publicados en forma de grabados.

En Madrid, en la redacción de la revista, comentaba los reportajes y dibujos de Pellicer y el desarrollo de la contienda un notable diplomático y periodista, Enrique Dupuy de Lôme, quien sería más tarde embajador de España en los EE.UU. En 1877, desde que Rusia le declaró la guerra a Turquía, este comentarista dedicó extensos escritos a las propias acciones bélicas en territorio búlgaro y al carácter justo de la causa rusa, destacando que perseguía, a la larga, la liberación de Bulgaria. Antes de las primeras batallas, Dupuy de Lôme escribía: Los búlgaros se preparan a levantar el pendón del león coronado y a defenderlo con treinta mil fusiles. Quieren volver a levantar la bandera que arrancó a su emperador Shishman el sultán turco Bayaceto I.

La levantaron y la defendieron denodadamente, dando una aportación muy importante al triunfo de las tropas rusas y a la firma de la paz de San Estéfano, por la cual aparecía la Bulgaria libre.

Meses antes de este desenlace, Enrique Dupuy de Lôme terminó su colaboración en la Ilustración Española y Americana pero no se despidió de los lectores sin exponer su credo en el último comentario que escribió en la revista: Terminaremos nuestro largo trabajo deseando la victoria a las armas rusas si emprenden nueva campaña en 1878, a la libertad de los eslavos, por cuya causa hemos abogado, porque creemos que es la de la justicia y la civilización.

Por su parte, en su última carta enviada desde el teatro de la guerra en Bulgaria y escrita en octubre de 1877, José Luis Pellicer defendió una tesis muy parecida diciendo: Es de desear, pues, que el resultado final de esta desastrosa guerra sea favorable a la libertad de todos los pueblos, eslavos o no, que constituyen la casi totalidad de la Turquía europea. Y luego: En tanto, los votos de quien juzga esta contienda con serena imparcialidad se dirigirán a la completa derrota de Turquía, no por apego de Rusia, sino por simpatía hacia esas infelices poblaciones que gimen bajo el más absurdo de los despotismos y sufren las consecuencias de un fanatismo tan grosero como cruel y feroz. 

Pellicer no llegó a San Estéfano ni presenció la firma del Tratado de Paz entre Rusia y Turquía, pero se inspiró en este hecho, saludó la victoria rusa y dibujó, desde Madrid, varios grabados dedicados a la paz y a la liberación de Bulgaria.

Unos años antes y durante toda la guerra Ruso−Turca de 1877 y 1878, fue ministro plenipotenciario de España en Turquía el célebre diplomático e intelectual Augusto Conte. Por cierto, distaba mucho de ser partidario de Rusia en esa contienda y en la Crisis de Oriente, en que ésta se inscribía. Sin embargo, le honra la valoración que hizo de este conflicto bélico en su libro Recuerdos de un diplomático que salió años más tarde. En él leemos el siguiente párrafo: Con aquella campaña Rusia tuvo la gloria de devolver a los cristianos de Oriente la liberad que habían perdido hace cuatro siglos. La Servia, la Rumanía y la Bulgaria le deben su nueva existencia. 

Conte tuvo toda la razón para hacer esta constatación. Bulgaria le debe su nueva existencia a la hazaña y sacrificio de los soldados rusos que, ayudados por los voluntarios búlgaros, impusieron el triunfo de la causa común de los dos pueblos eslavos en la Paz de San Estéfano. Bulgaria no los olvida. Tampoco olvida a los muchos españoles que defendieron en aquel entonces la justeza de esta causa.



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