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Stoyán Yorgov, el recolector de historias que ve el mundo a través del objetivo de la cámara

Foto: Diana Tsankova

Stoyán Yorgov ha optado por presentarse ante el público búlgaro con la gama en blanco y negro: esa luz singular con la que el cálido aire del desierto tiembla como tórrida neblina ante los ojos, y la piel se pone de gallina por la salina tibieza del agua del océano.

El artista ha agrupado sus lienzos fotográficos, expuestos en la Galería de Artes Rakursi de Sofía, bajo el nombre de 18% Gravity (18% de gravedad). Se han inspirado en los skaters en la plataforma de hormigón en la Venice Beach californiana y en los incesantes intentos de esos aficionados al monopatín por superar la gravedad.

”La rampa la asocié al mapa que se emplea en calibrar el sistema de medición de la cámara fotográfica y así, con determinados valores de la luz la escena aparece gris al 18%”, dice el autor. La costa, rica en colores y rayos de sol, la disuelve en la niebla para reforzar la densidad de la imagen.

”Los fotogramas son eternos, independientemente del momento del día en que se realicen. Algunos aparecen más oscuros y otros, más claros −comenta Stoyán Yorgov− . He hechos esas fotos de manera muy espontánea. Al ver la plataforma, la sensación es de observar una gran escultura. En ese hermoso lugar, el clima cambia con rapidez, sobre todo en la porción del año que va de marzo a junio. Es una época en la que el calor del desierto va empujando las nieblas y el frío hacia el océano y todo se pone tremendamente hermoso. Me agrada ir allá y hacer mis fotos”.

Stoyán Yorgov lleva 26 años residiendo en Los Ángeles. Tras una corta estadía en Alemania y después de enfrentarse en suelo patrio con grupos e individuos del hampa, decidió irse de Bulgaria. Poco después ya se saltaría la valla en la frontera entre EE.UU. y México. Artista del pincel por su formación y cosmovisión, no se extiende mucho al hablar de la vida allende el Charco y como en un calidoscopio mira algún cuadro que le ha sugerido el azar.

A la edad de 25 años, sufrió en carne propia el golpe que le asestaría el sistema totalitario búlgaro. En pleno proceso de “recuperación de los nombres búlgaros de los turcos en Bulgaria”, durante el cual los nombres de los turcos búlgaros fueron cambiados forzosamente por otros, búlgaros, Stoyán contó un día una anécdota aparentemente inofensiva sobre aquel proceso. Uno de sus compañeros del teatro de marionetas de Sliven, en el que Stoyán trabajaba como pintor, lo delató como cuentista de chistes contra el sistema, informando a la secretaria regional del Partido Comunista, y Stoyán fue fulminantemente cesado.

Cuando, arriesgando su vida, cruzó la frontera que lo separaba del mundo libre, Stoyán se llevó encima pocas cosas materiales de la patria, entre ellas 56 rollos de película fotográfica. Así, volverían a resucitar en su día a día la pasión por la fotografía que había sentido en sus años escolares, el misterio en el cuarto oscuro y los instantes de expectación por ver cómo emergían con lentitud las imágenes del rollo en proceso de revelado. Un día se decidió a salir afuera, llevando una vetusta cámara fotográfica y dejó que la vida misma le fuera sorprendiendo por sus rostros, ajetreos, pausas.

“Suelo tomar muchas fotos en plena calle pero no soy precisamente un fotógrafo callejero −prosigue Yorgov− . Mis obras las calificaría más bien de fotografía documental. Llevo mucho tiempo recopilando fotos que parecen carecer de interés y, a primera vista, no encierran una historia fácil de reconocer. Sin embargo, pienso montar algún día una muestra integrada por tales fotos precisamente y dejar a quien las observe la posibilidad de crear su propia trama”.

Desde hace un par de años este artista fotógrafo permanece principalmente en Bulgaria. En la actualidad se encuentra preparando un libro de historias que con él sucedieran en Los Ángeles, pero se abstiene de dar más detalles. Mientras, sigue paseándose, invariablemente con la cámara en mano. ¿Le parece distinta Bulgaria, vista a través del objetivo de la cámara, de las emociones, los sueños y los recuerdos?

“No –responde escuetamente– . Todo está coincidiendo, continuamente lo vuelvo a descubrir todo. Bulgaria es un país increíble ya sea vista por el objetivo de la cámara o a través de los recuerdos. Quiero a este país, esto está seguro, y sin “pero” que valga. Ojalá algún día todo el mundo sienta a Bulgaria como yo la siento. De hecho, conozco a mucha gente encariñada con este país, y me siento tremendamente a gusto cuando nos sentamos y nos ponemos a charlar sobre ello. En ocasiones algunos, pocos, de mis amigos me dicen que es así porque no vivo aquí, pero esto no es cierto”.

Versión en español por Mijail Mijailov

Fotos: Stoyán Yorgov, galería "Rakursi", Diana Tsankova



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