Es vieja, despeinada y fea. En suma, una mujer malvada. Recorre pueblos y ciudades acompañada de un niño mugriento y sujeta en sus manos una agenda en la que hay un lista larga de nombres de humanos a los que habrá de dar muerte. Aquella mujer es la Muerte Negra, la calamidad más grande en las tierras búlgaras, que segara la vida de millones de personas. La gente se sentía impotente ante la peste. Para que se apiadara de ellos, solían dejar en los confines del pueblo una hogaza untada de miel, vino, agua e incluso un peine para que se lavaran ella y el niño y luego ella se peinara y se echara unos tragos de vino para atolondrarse y olvidarse de cuál era el fin de su recorrido. Era así cómo, en el pasado, nuestros ancestros intentaban “curarse” de infecciones.
Los enfermos de viruela, a su vez, luchaban con esta dolencia procurando domar a la Abuela Viruela. La “abuela”, que tenía gran debilidad por infectar a los niños de corta edad, también se pirraba por las hogazas de pan untadas de miel y por el vino, pero era asimismo muy celosa en cuanto a la pulcritud. Los búlgaros además solían protegerse contra los contagios llevando amuletos con inscripciones en glagolítico y cirílico. Los arqueólogos se han topado con amuletos de los siglos IX y X que lucían dibujos o simples textos en forma de oración o conjuro.
Pero a medida que con el paso del tiempo el saber fue evolucionando, las supersticiones fueron retrocediendo ante los primeros ensayos científicos que se proponían frenar la propagación de las enfermedades contagiosas. Durante el yugo otomano, las autoridades comenzaron a someter a cuarentena aldeas enteras y a confinar a los enfermos. Se fueron creando centros de crisis epidemiológicos, así como unidades similares a las inspectorías sanitarias regionales de la época moderna. ”Los galenos otomanos insistían en el uso de mascarillas: un trozo cuadrado de tela de lino que se ponía en la cara, y la gente que no las llevaba era multada por inspectores sanitarios”, asegura el historiador Rumen Ivanov.
En testimonios escritos se señala que en tiempos de epidemia las autoridades de la ciudad de Plovdiv mandaron rociar las calles de la villa con agua de rosas, líquido considerado sagrado por haber sido la rosa la flor predilecta del profeta Mahoma. Los búlgaros, en cambio, se protegían de las infecciones al fumigar los aposentos de sus hogares con hierbas medicinales. A tal efecto se usaba a menudo hipérico. Hay que mencionar asimismo otro detalle interesante: la primera vacuna antivariólica de la historia fue estrenada en las tierras búlgaras.
”Como la viruela también es dolencia padecida por el ganado vacuno, la gente recogía, valiéndose de una espina de rosa, muestras del virus de los granos que cubrían la piel de las reses enfermas y se la inoculaban a los humanos. Era así como se protegían contra la viruela –explica Rumen Ivanov– . Fueron muchos los viajeros que llegaron a describir aquella peculiar vacunación difundida en todo el Imperio Otomano y sobre todo en las tierras búlgaras y en Anatolia. No fue hasta el siglo XVII cuando esta práctica se comenzó a aplicar en Europa Occidental”.
A pesar de los hitos indiscutibles de la medicina a la sazón, en esferas como la cirugía del cerebro o la oftalmología, las autoridades intentaban controlar las epidemias emitiendo ordenanzas extrañas como, por ejemplo:
”Lo que consta en los documentos otomanos sobre esas epidemias es que el hombre y la mujer no habrán de mantener contacto íntimo si se encuentren contagiados, ya que el hijo que vayan a concebir nacerá con malformaciones. Además, la persona que hubiera contraído la peste no debería consumir productos lácteos, ya que tal consumo agudizaría los síntomas de la enfermedad. Algunos médicos recomendaban no salir de casa en horas de la noche, puesto que la mayoría de las enfermedades se asociaban al diablo, a quien le gustaba vagar por la noche y era capaz de poseer al ser humano. Las autoridades otomanas llegaron incluso a emitir bandos y ordenanzas de no salir de casa después de anochecer porque en tales salidas se propagaba el contagio”.
Versión en español por Mijail Mijailov
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