Las primeras horas del Año Nuevo comienzan en Bulgaria con un rito ancestral: grupos de niños y mozos solteros recorren las casas, llevando en mano una surváchka, o sea una ramita de cornejo, adornada especialmente para el caso. Con ella dan golpes leves en la espalda de todos los miembros de la familia respectiva y recorren todos los aposentos de la casa, así como los recintos donde se crían los animales domésticos, entonando cánticos especiales para la ocasión que contienen augurios y votos de buena salud, felicidad y bienestar para todo el hogar.
Los adornos y creencias vinculadas con la surváchka difieren según la región etnográfica. Cabe destacar, por lo interesantes y atractivas que son, las de la región marítima de Burgás, al sureste del país. Sus habitantes solían dividir antaño los árboles en dos grupos: buenos y malos. El cornejo era de los malos, porque se asociaba con el diablo. Al mismo tiempo, se sabía que este es el árbol más firme y resistente, por lo que se consideraba un símbolo de la salud y la longevidad. Pues precisamente la ramita recién cortada de algún cornejo sirve como material para elaborar la surváchka.
“Por su forma, hay dos variantes de surváchka: una es como una simple varita o palito, la otra sigue el contorno de la rama. La surváchka en forma de varita está rajada en su cabo superior y se le adorna con una espiral en forma de culebra. En la otra variante, los tallos laterales de la ramita se atan hasta formar uno, dos ó tres círculos, porque el círculo simboliza la unidad y además se cree que el espacio que engloba está seguro, protegido de cualquier mal”, explica Plámena Kírova, curadora del Departamento de Etnografía del Museo Regional de Historia de la ciudad de Burgás.
La imagen integral de la surváchka se asocia al Árbol sagrado. Su corona simboliza el mundo celeste, el tronco, el terrestre, el nuestro, y las raíces, el inframundo, el invisible territorio que suele ser morada de demonios y criaturas malignas.
Se le atribuían a la surváchka habilidades mágicas, su roce a personas y reses tenía el poder de una varita mágica. Las palabras y votos que proferían los niños y jóvenes al recorrer las casas se consideraban tan fuertes y válidas como una bendición.
“La surváchka antigua, en su primera variante, no se solía adornar. Se pelaba solamente la corteza de la rama de cornejo en uno de sus cabos hasta parecerse a una flor con los pétalos recién abiertos –prosigue su relato Plámena Kírova–. Más tarde empiezan a ataviarla con hilos de lana multicolores, cintas, borlitas, collares de palomitas de maíz y frutas secas, semillas de alubias y hasta guindillas y rosquillas diminutas. Muy a menudo se ataba a la surváchka una moneda, de “oro”, o de “plata”. Todo el adorno reflejaba el modo de sustento de la gente local”.
En la región de la montaña de Strandzha (sureste de Вulgaria), existen también recomendaciones sobre qué se debe hacer con la surváchka, una vez terminado el rito.
“Tras cumplir su papel ritual, la surváchka no se guardaba, pero tampoco se le echaba sin más: había que seguir un orden mágico de operaciones para destruirla, todas ellas destinadas a estimular el crecimiento, la salud y la fertilidad. Después de recorrer las casas, los niños debían echar la surváchka sobre algún tejado, a la copa de algún árbol alto o bien al río, para no pisotearla. La surváchka de por sí no posee poderes mágicos y rituales, los adquiere solo en manos de quienes la llevan. Por eso es muy importante que los niños o jóvenes que van a ejecutar el rito y que se apodan survakár estén sanos y tengan con un corazón bueno y pensamientos puros”.
Versión en español de Katia Dimánova
Fotos: BGNES, burgasmuseums.bg
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