Milena Dimitrova es una periodista, trotamundos y gourmet búlgara, pero sobre todo, una persona encantadora. Ha sido distinguida con los galardones Siglo de Oro, por su contribución a la cultura búlgara, la Pluma de Oro de la Unión de Periodistas de Bulgaria, como también con el Premio Dr. Erhard Busek de la Organización de Medios del Sudeste de Europa (SEEMO) al Mejor Entendimiento en el Sureste Europeo. Se ha especializado en la Universidad de Misuri−Columbia (EE.UU.). Es autora de una docena de libros, el más reciente de los cuales se titula La maldición del queso blanco.
“Escribí cosas serias cuando tenía el coraje, la audacia y la intuición para hablar sobre ellas, y este libro es fruto de la pandemia, en la que aparte de discutir con la media naranja, uno se puede dedicar a algo parecido a la escritura”, dice Milena en entrevista con Radio Bulgaria. Define su libro como ”frivolo, liviano, pero, con todo, apetitoso”, libro sobre “las cosas comunes y corrientes de la vida” y “sin pretensiones de ninguna clase”. Dice que es, además, un libro ”goloso, de viajes” y no un “libro de cocina clásico, pese a que recoge recetas y recorre el mundo entero”, por todos los lugares del planeta que la autora tuviera la posibilidad de visitar. De manera sugestiva y con acertada dosis de sentido del humor, la autora parece estar repartiendo recetas para la felicidad, recogiéndolas de su peculiar mesa virtual. Y así se pone a hablar del queso blanco en salmuera búlgaro, del que ningún compatriota puede prescindir.
“Los búlgaros solemos decir que nadie es mayor que el pan, pero hay un refrán cubano que dice que el queso, el vino y los amigos deben ser viejos para ser buenos. Comer el queso es una suerte, destacan los judíos, porque de no ir de buena suerte, uno puede romperse un diente al comerlo. Los italianos guardan las ruedas de queso parmesano en las bóvedas de los bancos, y en los Balcanes el ambiente parece estar impregnado por el olor a quesería, a queso blanco y su hálito, a redil, a ovejas, a algo del terruño, a prado. Son todos los anteriores sendos ejemplos curiosos y reflexiones interesantes plasmados en La maldición del queso blanco. Estamos condenados a la maldición de no poder prescindir de él. Tengo una teoría, que es que el queso blanco es la continuación de la leche con la que la madre amamanta a su crío, a la que los búlgaros nos hemos soldado. El queso blanco es una especie de nuestro cordón umbilical o nexo de unión con nuestra naturaleza balcánica. No voy a disimular mi decepción de que la Unión Europea, al parecer, sólo es capaz de reconocer el feta, que es el queso blanco griego, pero ignora cualquiera de los detalles de nuestro apetitoso queso de oveja, fresco, curado o ligeramente verde”.
Milena Dimitrova dice que al escribir La maldición del queso blanco se había planteado mostrar también la alegría que se siente cuando se está en la cocina llena de fragancias, donde uno va irradiando cariño desde dentro y lo va amasando y va fantaseando, sin incurrir en pecado, para que haya buenos resultados luego en la mesa. ”Porque, a fin de cuentas, existe también en nuestra vida una especie de practicidad, no sólo predestinación”, explica Milena.
“Para mí, el queso blanco es sinónimo de una duplicidad, de algo dicho a medias, de algo de que no somos capaces de prescindir, pero nos resistimos a confesarlo. Por otra parte, el queso blanco es mucho más fuerte que los humanos. Lo tenemos incrustado en nuestras entrañas, lo llevamos en nuestra sangre, es, en fin, más perdurable que el ser humano”.
La comida no lo agota todo, pero controla el organismo, el cerebro, la percepción del mundo, asegura Milena Dimitrova. Esto la ha movido a describir en su libro cómo la humanidad había llegado a la idea del desayuno, del queso, el chocolate, el argán y el manjar con uvas. Escribe asimismo sobre las recetas sin compartir y sobre las que ha aprendido de su madre, Bozhana Dimitrova, periodista muy renombrada durante largos años de Radio Nacional de Bulgaria.
Versión en español por Mijail Mijailov
Fotos: archivo personal /Milena Dimitrova, Krasimir Svarkov, archivo BNR
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