En primavera, el delicado color de las diminutas flores del azafrán deleita la vista, y en otoño esas flores se convierten en un producto de precio superior al del oro.
El azafrán es la “especia de la vida” para la familia de la artista Katia Ivanovska. Ella es natural de la ciudad de Kyustendil (suroeste de Bulgaria), pero el destino la llevó a Suiza, de donde regresó a la patria acompañada por su marido suizo: Charles Ernest Behr, experto en mercadotecnia. En Bulgaria, los dos decidieron hacer realidad su sueño, solo sencillo a simple vista, porque se trata de cultivar azafrán. Tras estudiar las posibilidades de cultivar la preciada flor en Bulgaria, el matrimonio adquirió una propiedad cerca de la costa del mar Negro, en la aldea de Tánkovo, en el municipio de Nesébar.
“Dicen que el azafrán salió de Grecia durante la Antigüedad, cruzó por Bulgaria y luego se difundió en casi todos las regiones del mundo –arguye Charles respecto a la decisión de dedicarse a este cultivo en Bulgaria– . Sin embargo, al comprobar lo duro que es cultivar el azafrán, la gente desistió de esta faena. Dispongo de información de que el azafrán se cultivaba en la Bulgaria macedonia, o sea que este cultivo no es ninguna novedad aquí”.
Los rendimientos de azafrán en estado seco de los Behr llegaron a superar el kilogramo a los cuatro años de iniciar el cultivo.
“Entonces llegamos a contar con más de un millón de bulbos, que equivalen a más de tres millones de flores –explica Katia– . Ya no dábamos abasto, así que redujimos las plantaciones a la mitad, a 0.15 hectáreas. Además, la competencia en el mercado ya es mayor y se nos hace cada vez más difícil poder colocar toda la producción. También hay que tener en cuenta que se trata de unas faenas muy duras, máxime en primavera y otoño, cuando se recolectan las flores y cuando se deshierban las plantaciones antes de que florezca el azafrán. En el mercado internacional nos enfrentamos con una fuerte competencia. En Irán, el mayor productor mundial, se producen toneladas de azafrán y ese país hace un dumping de los precios, a pesar de ser su azafrán de una calidad inferior. En Europa, el azafrán es de una calidad superior y es mucho más caro que el iraní. Cada año que pasa se nos vuelve más difícil podernos mantener con nuestros rendimientos de azafrán, porque en el mercado no dejan de aparecer más y más productores nuevos”.
Este año, los Behr esperan obtener una cosecha de unos 800 gramos. Están orgullosos de cultivar el azafrán sin emplear fertilizantes ni productos químicos de protección fitosanitaria. Aseguran que se ajustan a ciencia cierta a los criterios para la producción orgánica, pero no tienen certificado que lo acredite.
“Para estos certificados orgánicos se inventan toda clase de condiciones a las que cuesta ajustarse –dice Katia– . La producción orgánica basada en las normas europeas es una historia complicada, no es cuestión de dinero. He colocado nuestro producto en el mercado de agricultores de Varna y he observado cómo se quejan los productores. La agricultura orgánica no es nada fácil, hay que meter el corazón en ella, pero ni los compradores ni el Estado lo aprecian”.
A pesar de las dificultades por sobrevivir en el mercado, el azafrán sigue siendo la especia número uno para los Behr.
“Lo usamos todos los días como condimento. Desde que lo hacemos, he comprobado cómo mi sistema inmune se ha ido fortaleciendo. Es una flor cara y de cultivo muy trabajoso, pero es de extraordinaria utilidad para la salud”, concluye Katia.
Adaptado por Guergana Máncheva
Versión en español por Mijail Mijailov
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