El dinámico y absorbente mundo de la televisión frente a la vida sencilla y cercana a la naturaleza. Hace quince años la neoyorquina Casey Anguelova colocó en los dos platillos de la balanza su vida de entonces y una posibilidad lejana y nebulosa, encargándole decidir a su corazón. Hoy ella vive en la aldea búlgara de Guiuéshevo y equipara sus sueños con las alturas del horizonte infinito.
Mientras su trabajo de productora de televisión en Discovery y VH1 engulle el tiempo destinado a toda familia normal, Casey va acercándose cada vez más a la aventura de su vida: fijar su residencia en la patria de su esposo búlgaro y ver qué resultará de ello. Y después de haber logrado descifrar en qué consiste esto de la realidad búlgara, suma a su currículum profesiones como las de granjera, cocinera, escritora, asesora de horticultura sostenible, productora de compost y entusiasta del vino. “En Nueva York teníamos casa y suficiente dinero, pero no teníamos vida”, así resume ella su pasado.
“Inicialmente tenía la idea de trabajar en el Estudios Cinematográficos de Boyana, por los numerosos proyectos norteamericanos −cuenta Casey acerca de sus inicios en Bulgaria–. Y fue ciertamente así durante unos años, pero mi corazón ya no estaba en ese trabajo. En Bulgaria me fui acercando más a la naturaleza, a la comida, a la agricultura y poco a poco abrí mi vereda de la televisión y los filmes a la cocina y a cosas más agradables”.
Una de las ideas descabelladas a las que desde un principio se dedican los Ánguelov es plantar 800 avellanos para el cultivo combinado de trufas, en plena región de Kyustendil, donde los cerezos asoman desde cualquier jardín. Entonces los lugareños recibían la extravagante decisión con las palabras: “Ustedes están locos”. Sin embargo, hace dos años y al término de una larga espera aparecieron los primeros “diamantes negros” en la granja familiar. “Todos tienen cerezas, pero las trufas son nuestra mejor cosecha”, responde Casey a los escépticos de ayer.
Desde hace unos diez años también comparte experiencia y conocimientos en su blog Eating, Gardening & Living in Bulgaria (Comer, cultivar un huerto y vivir en Bulgaria), participa en la constitución de un colectivo multicultural y de la red Slow Food (comida lenta) en Bulgaria. Sus dos hijas, a su vez, juegan a voleibol en equipos búlgaros: la menor en el Maritza de Plovdiv, y la mayor, en el Varna–DKC.
“Soy norteamericana de Nueva York - declara Casey Ánguelova en respuesta a la pregunta de si se siente búlgara–. En estos 15 años he escuchado decir una o dos veces que nosotros, los extranjeros, nos hemos instalado en su país. Pero al mismo tiempo no hay ningún problema cuando mis hijas juegan en la selección nacional de voleibol. Me siento parte de Bulgaria, a pesar de no tener pasaporte, y por otro lado parece que los norteamericanos les caemos bien a todos. Además, yo tengo suerte: a diferencia de otros extranjeros, no tengo problemas de racismo. Me encanta la filosofía Multi Culti, porque considero que no importa de dónde viene uno. A finales del día, la comida, la cultura, la música son el engrudo que nos mantiene juntos y podemos entender mejor a las personas de Siria, Afganistán o Irak. Al final del día es cuando todo es más sabroso”.
Entre amigos, con una copa en la mano, frente a las vistas y rodeados de los aromas de la naturaleza. De hecho, encerrar los sabores de los perfumados prados en una botella es una iniciativa más de Casey.
“La idea es elaborar junto con mi esposo bebidas alcohólicas de calidad: aguardiente de cerezas de Kiustendil y ginebra craft – dice. Las montañas Osogovska y Koniavska son famosas por su biodiversidad y las hierbas, recogidas ahí, serán el secreto de nuestra ginebra. Así que si utilizamos las cosas buenas de la naturaleza búlgara, nuestra bebida tendrá el sabor de nuestra región”.
Adaptado por Diana Tsankova a base de una entrevista de Irina Nédeva
Versión en español de María Páchkova
Fotos: caseyangelova.com, Facebook /Eating, Gardening & Living in Bulgaria, Casey Ánguelova
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