Al buen vino se lo llamaba en Bulgaria elixir de la vida, y el respeto al vino como una bebida sagrada existía ya antes de aparecer el cristianismo en las que hoy son las tierras de Bulgaria. En la cultura tradicional se ha conservado asimismo un respeto a la vid, planta que a pesar de las veleidades del tiempo sigue rindiendo copiosos frutos. Por esto se le considera como símbolo del indoblegable espíritu humano y frecuentemente aparece recreada en los tallados en madera y los cuadros de los viejos artistas del tallado y la pintura.
Algunas exploraciones de los antiguos hábitos, costumbres y cultura en las tierras búlgaras dan testimonio de la existencia en ellas de personas físicamente muy recias. Los estudiosos estiman que a esto había aportado el buen vino que los búlgaros elaboraban y bebían sin aguarlo. Hasta hoy en día el pan y el vino acompañan los platos en la mesa festiva de los búlgaros como alimentos que colman de vida al ser humano.
Son sendos testimonios de lo mucho que los búlgaros debemos al vino las festividades, conservadas hasta hoy y relacionadas con el vino, en el calendario tradicional búlgaro.
Desde tiempos inmemoriales el 14 de febrero - el 1 de febrero según el nuevo calendario - era fecha de fiesta para los vitivinicultores. En el Día de Trifon el Podador, que es como se le conoce popularmente, los viticultores, con jolgorio y haciendo brindis iban a los viñedos y hacían la poda de sus vides. En otoño, siempre con el tintineo delas campanas y un jolgorio general se iniciaba la vendimia. En algunas comarcas de Bulgaria estas tradiciones se han conservado hasta hoy en día pero es de igual importancia conservar, frente a actos de erradicación y olvido, las rancias variedades búlgaras de vides vinateras que eran la forma de sustento y de supervivencia de centenares de familias.
“Mi experiencia me enseña que las variedades vinateras endémicas cada vez van cediendo terreno en Bulgaria - dice Margarita Levieva, catadora en concursos internacionales y redactora jefa de una publicación especializada.
Ella explica como experta que fue justamente la tradición familiar en el cultivo de las viñas la que condicionaba el modo de vida de nuestros antepasados en las regiones vinícolas de Bulgaria.
“Estas viñas, en las que en un área de una 0,1 a una 0,2 hectáreas en los patios de la gente se plantaban 10, 15 o 20 vides viejas de antiguas variedades de uvas búlgaras, son valiosas como un patrimonio cultural inamovible, ya que, algunas de ellas posiblemente falten en la colección del Instituto para la Vid, de la ciudad de Pleven. Tienen de 60 a 100 años y han ido acompañando la vida de varias generaciones sucesivas. Las familias iban planeando en base a ellas su día a día, formaban parte del calendario cultural en los lugares e que se cultivaban. Tener un viñedo, hacer vino y compartirlo con tus paisanos era un gran honor y en ello uno mostraba quién era, que clase de genio tenía etc. Sin embargo hace un medio siglo, aproximadamente, se comenzó la imposición en Bulgaria de variedades foráneas como la Cabernet, la Chardonnay, la Traminer, entre otras, que a día de hoy han acabado siendo las más difundidas. Es un hecho honroso l en los patios de los pequeños vinateros se hayan conservado los que hemos dado en llamar los pequeños viñedos. Esto pone de relieve el gran calado que ha tenido la viticultura en las tradiciones culturales de Bulgaria. Nosotros estamos estudiando y coleccionando estos tipos de vides y por esto nos hemos animado a impulsar el desarrollar el tema de las viñas en los patios de las casas como una parte del patrimonio histórico-cultural de Bulgaria.”.
Según Margarita Levieva, lo que el mayor honor se merece ha de ser la labor de la gente que, pese a la abundancia de bodegas u marcas de vino de producción industrial, sigue dedicada a producir el elixir de uva en condiciones caseras. Dice ella que a pesar del enfoque científico, mantenido en os procesos de fermentación del vino industrial, la calidad del vino hecho en casa es la que más semejan por su sabor y composición los del vino que daba vigor y encendía la alegría en la vida de los búlgaros de antaño.
Adaptado por Guergana Máncheva en base a una entrevista de Milena Vodenichárova de Radio Nacional
Versión en español por Mijail Mijailov
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