Cometas blancos surcan el cielo, planetas irradian un halo púrpura, capas de nubes que se parecen a esponjas de maquillaje. “Esto es Ilia”, dice Iole Mancini, esposa del pintor Ilia Peikov, el búlgaro que vio el Universo antes del vuelo de Gagarin.
“Esto era una bella puesta del sol sobre la montaña Vitosha. Ilia contemplaba el sol hasta que el último rayo desapareciera. En aquella mágica noche de verano algo en su alma cambió”, cuenta Iole Mancini en una antigua cooperación en Roma donde está el universo que su esposo plasmó en sus lienzos.
Al principio era el amor por el arte. En los años 40 del siglo pasado éste llevó Ilia Peikov a Roma, donde su hermano ya había conquistado un lugar en la vida artística de la ciudad.
El pintor de planetas, estrellas y soles quedó para siempre en la Ciudad Eterna y años después, cuando lo preguntaron si pensaba en la muerte, respondió: “No tengo miedo de morir, lo que me da pena es que tendré que dejar Roma”.
En Italia el joven Ilia estaba en el epicentro de la vida bohemia que ni se imaginaba en Sevlievo, su ciudad natal. En aquel entonces su hermano Asen ya tenía un taller en la más lujosa calle de Roma, Via Margutta. Le acompañaban en las ruidosas fiestas Vitorio de Sika, Federico Felini y Ava Gardner. El contacto con las estrellas que el público adoraba como a dioses absorbió en su mundo fantástico al búlgaro que parecía que hubiera llegado de otro planeta. Precisamente en Via Margutta, la verdadera y la única casa de los artistas, Ilia Peikov examinó por primera vez el cielo con los ojos de un pintor incipiente.
“A través de sus cuadros Ilia confirmaba las imágenes que posteriormente vinieron del Universo”, cuenta Iole Mancini y señala los lienzos que cuelgan uno al lado del otro en las habitaciones y en el corredor del pequeño piso. “Todos estos cuadros revelan el milagro de la mente humana”.
Esta atmósfera al borde de lo real revela la maestría del búlgaro que en Italia suelen denominar “astronauta en las artes” mientras que en su patria lo conocen solo los más avezados en las artes.
El oleo de los cuadros fue aplicado con los dedos. El pintor autodidacta echó los pinceles “para poder sentir la materia como algo vivo”. Sin embargo, después del duradero uso de los tintes directamente con las manos éstas se infectaron y finalmente recurrió a un mediador entre las imágenes y el lienzo. “A Ilia le gustaba mezclar los colores vívidos y el rojo era el que más le agradaba”, continúa ella. Durante uno de estos experimentos se gestó la marca reservada del pintor, un reflejo de fuego que el artista denominó “rojo Peikov”.
Iole Mancini con frecuencia visita el taller de su esposo.
“En el taller cuando me asomaba a su hombro y le preguntaba qué era lo que pintaba me decía: “No sé, ya veré qué es lo que se me va a ocurrir”. Después pasaban días y poco a poco se aproximaba a la imagen final. Ilia comenzaba a pintar varios lienzos a la vez y cada día, en función de su estado anímico, aplicaba una capa nueva de colores”.
Cuando Yuri Gagarin regresó de su viaje al espacio pensaba que era la única persona que se había asomado al cosmos. Sin embargo, cuando en Roma vio los paisajes cósmicos de Ilia, quedó pasmado. “No es posible trasladar al lienzo lo que es realidad”, dijo Gagarin al pintor. Mientras en las pantallas mundiales se proyectaba Odisea 2021 de Stenly Kubrik , los amigos preguntaron al “profeta cósmico” cómo las imágenes de sus lienzos son como las de la película.
“Él pensaba que allí, arriba, los cuadros de su imaginación existen, explica la señora Mancini. No tenía telescopio y no podía ver en el cielo lo que veía únicamente en su fantasía”. Para uno de los cardenales vaticanos que visitó una de sus exposiciones no cabía duda que Ilia estaba más cerca de Dios que cualquier creyente y por esto pudo descifrar los secretos del Universo en sus cuadros.
“Pinté el lugar donde descansaré un día, cuando habré abandonado este mundo”, decía al final de su vida Ilia Peikov. El valle del silencio fue pintado en 1987, un año antes de morir. Hoy en día el cuadro es posesión de Frati Minimi.
Los monjes la conservan todavía en los lienzos en los cuales se la donó el pintor. Especialmente para su esposa Ilia pintó el cuadro por segunda vez y se le dedicó con las palabras: “A mi amiga en el camino terrenal”.
Italia no desea olvidar al primer pintor en el mundo que mostró a las personas que son solo una partícula de polvo en el infinito universo. En 2007 el ayuntamiento de roma dio su consentimiento de denominar una plaza con el nombre del búlgaro, caballero de la República Italiana, cuyos cuadros cósmicos hoy embellecen prestigiosas galerías y colecciones privadas del mundo entero.
La entrevista a Iole Mancini es del año 1999.
Versión al español de Hristina Taseva
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