El 8 de noviembre celebramos la fiesta de todas las huestes celestiales, conocida en el calendario eclesiástico como la Sínaxis de San Miguel Arcángel y de las Potestades Celestiales Incorpóreas. Según la tradición de la Iglesia, San Miguel Arcángel es el jefe de los ejércitos angélicos y luchador contra las fuerzas de la oscuridad. En la Segunda Venida del Señor, él aparecerá junto a los ejércitos celestiales, como enseñan las Escrituras y los Santos Padres.
En el Apocalipsis de San Juan, se describe la batalla de San Miguel y sus ángeles contra el dragón, llamado Diablo y Satanás. La iconografía ortodoxa representa a San Miguel con una lanza o espada, venciendo y pisoteando al dragón, símbolo de la derrota del mal.

A cada persona, en el Santo Bautismo, se le asigna un Ángel de la Guarda que la acompaña durante toda su vida como protector y guía espiritual, ayudándola a resistir el mal e inspirándola hacia las buenas obras. Por eso, los cristianos oran cada día a su ángel custodio, pidiendo su amparo y protección.
Según la piadosa tradición de nuestro pueblo, cuando el alma llega al fin de su camino terrenal, San Miguel Arcángel desciende para recibirla. Por ello, este día también se relaciona con la memoria de los difuntos y la oración por la salvación de las almas.

Nuestra Santa Iglesia celebra esta fiesta con una Divina Liturgia solemne, en honor del Príncipe de las Huestes Celestiales y de todos los ángeles que sirven la voluntad de Dios.
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