Nada volverá a ser como antes  después del 2020, un año marcado por la pandemia global. Esto es válido también  para la industria del turismo, golpeada en mayor grado por la vertiginosa propagación  del virus. La crisis del  Covid–19 y los bloqueos que  la siguieron causaron un desplome sin precedentes en el sector turístico nacional,  que genera el 12% del PIB del país y depende sobre  todo de los ingresos de los turistas extranjeros. 
Las cifras muestran lo  siguiente: el número de turistas extranjeros que visitaron Bulgaria entre abril a junio se redujo en un 96%, y en otoño se registró una  leve animación, cuando el Instituto Nacional de Estadística informó un  descenso del 70% respecto al mismo periodo de años anteriores. ¡Y qué decir del  turismo emisor, casi estancado, ya que miles de búlgaros que planeaban viajar al exterior cancelaron  sus viajes! Las secuelas se comenzaron a  perfilar ya a principios del verano, revelando un encogimiento drástico de los  ingresos de viajes internacionales, cadenas de hoteles y restaurantes vacíos,  centros turísticos desiertos, turoperadores  y grandes inversores abocados a la quiebra. 
El año de la pandemia del  coronavirus resultó ser mucho más benevolente con respecto a los pequeños  hoteles familiares en localidades remotas de la costa y serranas, así como  hacia el turismo alternativo. Desde principios de la pandemia, el descenso en  el turismo interno ronda apenas el 27%. La infección y las posibilidades limitadas  de viajar al extranjero se  convirtieron en un incentivo para que los búlgaros redescubrieran  a su país y su naturaleza, historia y cultura. En vez de optar por ofertas todo  incluido de los grandes  complejos vacacionales, prefirieron escapar  en medio de la naturaleza, alojándose en una tienda de campaña o en un pequeño  hotel familiar para practicar deportes al aire libre, visitar pueblos  etnográficos y disfrutar  de la cocina tradicional casera.  
El verano pasado, los cámpines en  la costa meridional búlgara del mar Negro y las pequeñas villas marítimas como Sozópol  y Sinemorets informaron  un número récord de veraneantes nacionales. En la  temporada alta era casi imposible encontrar una habitación vacante en los  hotel o un lugar de  estacionamiento libre. La conclusión es  que la pequeña empresa ha logrado gestionar el reto Covid–19 mostrando innovación y flexibilidad  al proporcionar un entorno seguro y  una  variedad de atracciones. Las empresas que  llevan años organizando turismo alternativo incluso han presumido de aumento de su facturación. Mientras tanto, los gigantescos complejos con ofertas  todo incluido estaban desiertos y sus propietarios se quejaban que se irían a la quiebra. 
La infección no logró hacer  desistir a decenas de miles de búlgaros de viajar a los países vecinos, sobre  todo al norte de Grecia, pero  las extremadas medidas tomadas para prevenir la propagación del  Covid–19 dieron lugar a colas sin precedentes de vehículos en la frontera, que  alcanzaban hasta los 15 kilómetros. 
La pandemia puso a la  industria en una encrucijada, poniendo en tela de  juicio el concepto de construcción excesiva y turismo masivo que  apuesta en la oferta todo incluido y los precios bajos. 
Todo indica que el futuro del turismo pertenece  a los viajes a destinos cercanos y seguros, a las excursiones en la naturaleza,  a las travesías en bicicleta, a las vacaciones rurales en hoteles familiares o  en cámpines, al turismo inteligente  sostenible a expensas del turismo de masas,  el sobreconsumo y la destrucción de los recursos naturales. Probablemente  2021 acelerará esta tenencia. 
Versión al español de Hristina Táseva
Fotos: Veneta Nikólova
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