Cuarenta días antes del natalicio del Jesucristo, los cristianos ortodoxos consumen platos sin grasa para prepararse para esta preclara fiesta. Sin embargo, si las privaciones físicas no van acompañadas por el arrepentimiento, pensamientos benévolos, actuaciones humanas y palabras alentadoras para el prójimo, el ayuno será en vano porque no podremos recibir la Navidad con corazones, cuerpos y almas purificados.
Hoy, 15 de noviembre, comienza el ayuno navideño para los ortodoxos, mediante el cual Dios nos invita a arrepentirnos por nuestros pecados. Ejemplos de abstenciones de este tipo se pueden encontrar en el Viejo Testamento, cuando Moisés ayunó durante 40 días antes de recibir los Mandamientos de Dios; cuando san Elías vio la Gloria de Dios después de haber ayunado rigurosamente o el caso de san Juan Bautista que cobró fama como ayunador más estricto. Cabe recordar que el ayuno durante 40 días que antecede el natalicio de Jesucristo fue consolidado apenas en el siglo XII.
Según las reglas de la iglesia, en vísperas del ayuno navideño los creyentes piden perdón unos a otros y consumen alimentos con grasa por última vez. En los próximos 40 días servirán en la mesa solamente alimentos vegetales, exceptuando la fiesta de la Presentación de la Virgen en el Templo (21 de noviembre) y el día de San Nicolás (6 de diciembre), cuando está permitido el consumo de pescado.
El padre Stelian Kúnev, del templo San Pimen de Zografou, en la ciudad de Burgas, aconseja a los cristianos que afrontan problemas o sienten que sus fuerzas escasean antes del ayuno, a pedir a Dios que les ayude a superar estos contratiempos porque todos deben preparar sus almas y sus corazones para el “encuentro” con Dios: el natalicio de Jesucristo.
“Jesucristo nació entre nosotros para liberarnos del pecado y de la muerte pero también debe nacer en nuestros corazones, señala el sacerdote. Es decir, nuestros corazones deben convertirse en el Belén espiritual que acoja a Dios”.
El padre Stelian Kunev nos recuerda las palabras del apóstol Pablo, según las cuales debemos convertirnos en templo de Dios para poder cumplir la predestinación, el objetivo y el significado de nuestras vidas.
“Nuestra vida aquí, en la tierra, por muy larga que sea, es limitada, continúa diciendo el padre. La vida eterna comienza en el momento en que nos encontremos con Dios y lo aceptemos como nuestro Salvador y Redentor. Entonces, para nosotros ya no es importante cuándo abandonaremos la vida terrenal porque en realidad, no moriremos, sino que viviremos una vida eterna que comienza desde la tierra”.
Cuando adoptemos la gracia del Señor tendremos alegría y sosiego, y cuidaremos uno del otro y así nos aproximaremos con pasos pequeños al Reino de Dios, termina diciendo el padre.
Versión al español de Hristina Taseva
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