En el barrio de Schaerbeek en Bruselas, en una de sus calles más animadas, está el taller de costura de la familia de Pedrie y Mumun Mestan. Ellos son de Kardzhali, pero llevan viviendo en el extranjero más de 35 años. En verano de 1989 abandonaron su ciudad natal y se encaminaron a Turquía.
“Fuimos a Estambul y nos asentamos allí. Comencé a trabajar como traductor en el barrio de Laleli. Entonces había muchos turistas rusos y yo traducía del ruso al turco”, cuenta Mumun Mestan.
“Yo comencé a trabajar como costurera ya que no había otro trabajo. Uno o dos años trabajaba en distintos talleres, después abrimos uno propio. Vivíamos bien allí” recuerda Pedrie Mestan.

“Teníamos 10 empleados. Todo era normal hasta el año 2000, cuando comenzó la gran crisis en Turquía. Nos vimos obligados a cerrar el taller. Yo tengo un hermano que vive en Bélgica y en 2000 fuimos a verlo. En aquel entonces analizamos las posibilidades de trabajar como costureros. Vimos que aquí hay posibilidades y así en 2000 nos trasladamos a Bélgica”, dice nuestro interlocutor.

En Bruselas la familia Mestan comenzó desde cero. Abrieron un taller de costura y dieron prueba de sus habilidades en el nuevo lugar. Sus clientes eran de distintas nacionalidades. Desde luego los visitaban muchos compatriotas nuestros que vivían en Scharebeek. En el taller que es el único en el barrio cada cliente es recibido con amabilidad. Pedrie y Mumun dominan bien el francés y no tienen problemas con la comunicación.
“Nuestro trabajo aquí es muy variado. Cosemos cortinas, hacemos correcciones y elaboramos vestidos para novias. Los clientes tienen muchas pretensiones porque pagan y desean servicios de calidad”, dice él.

Pedrie Mestan no se siente optimista respecto al futuro de su profesión. A su juicio, el oficio del costurero poco a poco desaparecerá. Dice con dolor que últimamente son pocos los jóvenes que hacen prácticas en el taller.

Las personas jóvenes no desean aprender una profesión. Cuando vienen en el taller dicen: esto es muy difícil, todo el día pasa con el hilo en las manos”. En el futuro estas profesiones desaparecerán. La joven generación está interesada en los teléfonos y en las tabletas”, dice la costurera.
“Cuando llegué a Bruselas vi que hay muchas personas de Bulgaria. Pensé que estas personas deben reunirse. En 2006 comenzamos a reunirnos. Inicialmente éramos 50-60 personas, después su número creció a 150-200. Cada año celebramos el 8 de marzo, organizamos celebraciones con motivo del Año Nuevo. Desde hace 3-4 años se ocupan de esta labor las personas jóvenes. Cuando era presidenta de la asociación teníamos dos problemas: el fondo funerario y el estudio del idioma materno.

Yaquenotenemosunfondofuneralpropio, hablamosconla directiva del fondoturcoyellosconsintieronmatricularnosenél. Para la enseñanza del búlgaro entramos en contacto con el director de la escuela dominical búlgara en Schaerbeek y los deseosos envían sus hijos allí. Los menores tienen pasaportes búlgaros, pero no saben ni una palabra en su idioma materno”, dice Mumun Mestan.

“Cada año pasamos dos meses de nuestras vacaciones en Bulgaria. Deseamos regresar para siempre si hay condiciones normales de vida. Debemos trabajar 3-4 años más para jubilarnos. Viva donde viva uno el lugar natal no se olvida. Regresaremos a Bulgaria”, cuenta la familia Mestan.
Redactora: Daniela GoleminovaTraducido y publicado por Hristina Táseva
Fotos: Archivo personal
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