En el mundo actual, en el que lo material sustituye a lo espiritual, las reflexiones sobre la salvación de las almas quedan en segundo plano. La constante carrera contra el tiempo y las tareas incesantes ahogan el llamado del alma, que se pierde en el ritmo acelerado de la vida cotidiana.

Y he aquí que llega el Día de los Difuntos, cuando nos detenemos por un momento y dejamos de lado el trabajo y las preocupaciones terrenales para recordar a los difuntos, encender una vela y dar limosna en su memoria. A través de la limosna, sumamos buenas obras que ayudan a las almas a alcanzar la salvación.

En el calendario de la Iglesia Ortodoxa Búlgara hay tres Días de los Difuntos, que siempre se celebran los sábados: antes de Sexagésima, Pentecostés y el Día de San Arcángel.
El día de difuntos que precede a la festividad de San Miguel Arcángel es el último del año y nuestro pueblo lo llama “masculino”, en memoria de los defensores fallecidos de nuestra tierra.

Estas festividades nos recuerdan nuestro deber hacia los difuntos: un momento para despojarnos de la vanidad y lo efímero, y pensar en el alma inmortal. Los vivos siempre tienen la esperanza de encontrar el camino hacia la salvación, pero los muertos dependen de sus seres queridos, quienes con sus oraciones pueden ayudar a sus almas.
La oración más poderosa por los difuntos se realiza durante la liturgia, cuando el sacerdote separa partículas de la prosfora para los vivos y para los difuntos y los menciona por su nombre. Al final, todas las partículas de la prosfora se depositan en el Santo Cáliz con la Sangre de Cristo. Por eso, antes del servicio se anotan los nombres, para que el sacerdote pueda recordarlos en el altar y, por la gracia de Dios, se produzca un encuentro consolador entre los difuntos y sus seres queridos. Así, cada oración se convierte en un rayo de luz, incluso para las almas sumidas en la oscuridad y el dolor.

El sábado de Día de los Difuntos también se celebra la Santa Liturgia, pero es una liturgia conmemorativa, seguida de un oficio común por los difuntos, en el que se mencionan también las almas de aquellos por los que no hay nadie que rece.
En una mesa común en la iglesia, los familiares de los difuntos colocan trigo hervido, que simboliza la muerte y la resurrección para la vida eterna, pan y vino, así como frutas. Además de compartirlos entre ellos en el templo, los participantes en la oración reparten la comida entre los pobres y necesitados, como limosna, con la esperanza de que “Dios perdone” los pecados de los difuntos.
Fotos: BTA, BGNES
Versión al español y publicación de Borislav Todorov
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