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La pintoresca vida de la familia de artistas Daniela y Vladimir Ovcharov

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Daniela y Vladimir Ovcharov
Foto: Yoan Kolev

El pueblo de Novo Selo, en la región de Veliko Tarnovo, se encuentra en la carretera que conecta la antigua capital con la ciudad de Sevlievo. Los hallazgos de herramientas utilizadas por el ser humano durante la Edad de Piedra y Cobre dan testimonio de la intensa actividad económica que tuvo la zona en la antigüedad. A apenas 2 o 3 kilómetros del pueblo hay también un túmulo tracio.

Hoy, Novo Selo es un lugar atractivo para los amantes de la historia. Es, además, la localidad natal de Mono Seizmonov, más conocido como el revolucionario Matey Preobrazhenski-Mitkaloto. La casa de Daniela y Vladimir Ovcharov se ha convertido igualmente en una curiosa atracción turística. Tras vivir y trabajar como artistas durante 28 años en Estados Unidos, ambos regresaron a Bulgaria en busca, sobre todo, de una vida más tranquila.

"Vivíamos en Albuquerque, la ciudad más grande del estado de Nuevo México, pero, como solía bromear, solo teníamos allí nuestra dirección, porque pasábamos el tiempo viajando por distintos festivales en toda América", recuerda Daniela Ovcharova con una sonrisa.

Al regresar a Bulgaria, todo lo que la familia había reunido y creado al otro lado del océano tenía que encontrar un nuevo hogar. Así nació la idea de crear un pequeño rincón artístico en Novo Selo, una especie de biografía visual de su vida, llena de todos los recuerdos acumulados a lo largo de los años, con especial atención a una colección de joyería elaborada con piezas de porcelana:


"Creamos la Casa Colorida trayendo con nosotros todos los objetos que habíamos coleccionado allí, tanto de artistas como de distintas exposiciones. Durante los 28 años que vivimos en Estados Unidos, participamos en diversas muestras de arte y en exposiciones en diferentes galerías."

La familia pinta cuadros, trabaja con cerámica y crea esculturas. En octubre participó en la 20.ª edición de la exposición internacional "Turismo cultural" en Veliko Tarnovo.


"En Estados Unidos nos ganábamos la vida participando en los llamados festivales con jurado. Un jurado compuesto por artistas y galeristas evalúa la biografía y el material fotográfico que envías y, si te aprueban, a cambio del pago correspondiente obtienes un lugar en la exposición, donde puedes contactar libremente con clientes y coleccionistas, lo cual es muy interesante. Pero, lamentablemente, en Bulgaria no existe esa tradición. La mayoría de la gente vende a través de galerías, donde los compradores no pueden conocer al autor", nos cuenta Vladimir.


Con la idea de conocer personalmente a los amantes del arte, ambos abren las puertas de su casa: cualquiera que lo desee puede ver sus obras y hablar directamente con los artistas. Las visitas se reservan por teléfono con antelación, ya que a veces tienen que viajar a diferentes lugares del país. A menudo quedan impresionados por los conocimientos y los intereses de quienes los visitan:


"Me quedé muy sorprendida porque vinieron personas que conocían la historia de los muebles antiguos y la porcelana, y sabían diferenciar perfectamente los tipos. Así que parece que aquí también hay gente que se interesa por esto y que, tal vez, tiene sus propias colecciones que no exponen y a las que no se puede acceder libremente", explica Daniela.


La familia Ovcharov tiene un hijo y una hija, pero reconocen que ninguno de los dos, al menos por el momento, continuará la tradición familiar en las artes plásticas:

"Mi hija es muy artística y trabaja como voluntaria en el Clinton Theatre de Portland (Oregón), donde confecciona trajes, escribe obras de teatro y monta representaciones. Por otra parte, lleva muchos años enseñando en una escuela Montessori, mientras que nuestro hijo se dedica a las matemáticas. A veces abro el buscador en línea con la idea de comprobar si ha logrado algo nuevo, ya que es muy modesto y no comparte sus éxitos", comparte con orgullo Vladimir.


Los dos búlgaros están felices con su vida en el pueblo de Veliko Tarnovo, donde la vida es colorida, y no solo en su "casa de colores". También es variopinta la nacionalidad de sus vecinos: allí viven a partes iguales búlgaros y extranjeros, entre los que hay irlandeses, escoceses, ingleses, belgas, rusos, alemanes, franceses e italianos.


Novo Selo no es uno de los pueblos más pequeños de nuestro país: oficialmente hay cerca de 600 personas registradas, aunque no todas residen allí todo el año. Los habitantes del pueblo han organizado una representación teatral que narra la vida del héroe local Matey Mitkaloto, y en verano se celebra un campamento de scouts en el que participan 60 niños de la región.

Versión al español y publicación de Borislav Todorov

Fotos: Yoan Kolev, Facebook/ La Casa Colorida




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